jueves, 13 de enero de 2011

Tres Pequeñas Velas Verdes

Por temporadas me da por dormir escuchando música. Apago la luz después de acabar con la cuota del libro de turno y elijo alguna selección de canciones en mi iPod, preferentemente del mismo intérprete. Hay gente que se duerme con la tele y programa el 'sleep' para que se apague inmediatamente después del período que estiman necesario para abrazar a morfeo. Pero opuesto sentido recorren mis serenatas privadas ya que la parte verdaderamente buena comienza cuando abandono las contaminadas playas de la vigilia, y me quedo plácidamente dormido al arrullo de la música. Explico. A lo largo de mi vida he tenido experiencias literalmente alucinógenas combinando mis sueños junto con el respectivo soundtrack que le programo. La última -y motivo de este pequeño ensayo- fue hace apenas unos días, cuando experimenté con un disco que no había escuchado antes (también es bueno utilizar canciones o pistas desconocidas para sorprender al cerebro y ver cómo reacciona). Me dejé llevar por un 'Greatest Hits' de un verdadero tipazo, en todo el sentido del término: el señor Christopher Anton Rea, inglés de nacimiento y más conocido como Chris Rea, uno de los músicos más subestimados o menos tenido en cuenta del planeta, sobre todo por su decisión de no prestarse al comercio de las sellos multinacionales y de hacer olímpicamente lo que se le pega la gana, empezando por trabajar y producirse por su cuenta. Lo que cual obviamente lo margina del reconocimiento mediático que le sobra a tanto especimen barato que pulula en las listas de 'éxitos' de tres minutos de duración y media hora de vida. Chris Rea no sólo es un músico excepcional sino también un auténtico guerrero que la libró de un cáncer que ya le había puesto fecha de caducidad a sus días, y no sólo con medicinas sino también con música y pinceles. Como parte de su terapia y por recomendación de su esposa se puso a pintar y además se propuso hacer algo que nadie jamás había hecho: grabar una antología de blues que abarcara todos los estilos del género. El resultado, una colección de once discos más un DVD y un libro con pinturas que él mismo realizó durante el proceso de su enfermedad. Y todo en menos de un año y medio. Caso curioso el del Sr. Rea. Su música está asociada a su voz y a su estilo pop mid tempo, similar al de crooners como Bryan Ferry y el fallecido Robert Palmer, combinado con rock, blues y sutilezas varias. Sin embargo, lo que pocos saben es que Chris es un guitarrista extraordinario, de una sensibilidad única y de una amplitud de sonidos y de matices que más de un 'guitar hero' envidiaría. Y de ahí surge precisamente la canción que hizo clic en mis sueños de noches atrás. Y fue impactante, porque si bien no recuerdo qué o en qué estaba soñando (lo que suele ser la norma), me acuerdo precisamente que de la nada y de repente una melodía de guitarra me llevó a otro nivel todavía más alto del que ya transitaba plácidamente al compás de tan buenas canciones, y ni el más caro ácido del Londres de los '60, ni el más afinado peyote del Don Juan de Castañeda me habría obsequiado un momento de éxtasis y de felicidad sonámbula como ese. Lo bueno es que era una de las últimas canciones del disco, por lo que ya para entonces yo ya estaba bien pero bien lejos de aquí (generalmente me duermo en la tercera o cuarta canción). Me desperté a la mañana siguiente con el recuerdo de la sensación, de la emoción vivida, no de la canción. Y era tan fantástico que no creí que la canción realmente existiera más que en mis sueños. Aproveché pues el primer rato libre que tuve para explorar el disco (repito, no lo había escuchado antes de manera completa, de hecho esa canción es un bonus track que no está incluido en ningún disco previo de Rea y por lo tanto, no la conocía). El único raatro que tenía para mi investigación era 1) el sonido de la guitarra (no la melodía, la cual no recordaba), 2) que era instrumental (no recordaba ninguna voz, y la voz de Rea es inconfundible, le da un llegue a la del inolvidable Barry White) y 3) que por el nivel de sueño en el que yo ya estaba, debería ser una de las últimas del disco. Y la encontré. Efectivamente era la última del album. Y volverla a escuchar, ahora despierto, fue repetir el mismo placer, con las limitantes de la vigilia y su falta de inconciencia y del paisaje onírico, del que lo único que medio recordaba eran unas nubes, impecablemente blancas sobre un cielo celeste cómo sólo lo he visto desde un avión a treinta mil pies del smog, y deslizándose al ritmo, o más bien debiera decir intensidad, de la guitarra. Y es que lo que defino, más que virtuosismo -que sí lo hay-, es eso: intensidad. Cada dedo se juega la yema en cada nota y la secuencia de acordes que deviene en estribillo, repetida tres veces y hasta la coda del final, despliega una intensidad y una emocionalidad que, traducida en esos agudos, se convierte en una pincelada de pasión hecha música. Musicalmente (sonido, técnica, digitación, melodía) me recuerda a hitos como el 'Layla' de Clapton o el 'While My Guitar Gently Wheeps" de los Beatles -nuevamente con Clapton en la primera guitarra-, y posiblemente algunas cosas de Santana, con la salvedad que en aquellas legendarias grabaciones el sentimiento era de despecho, decepción o en definitiva, dolor. En cambio, lo aquí proyecta Rea es celebración, alegría, algo sublime y consagratorio que asocio a ese cielo nítido, prístino y total que en mi sueño se fundió como una sola idea, como una sola visión con la canción, que por cierto se llama 'Three Little Green Candles' (Tres Pequeñas Velas Verdes), y se encuentra solamente en el disco 'The Best of Chris Rea' de 1995.
La comparto con el deseo de que ese sentimiento que el maestro Chris Rea materializó con la ayuda de seis cuerdas permée en ti como se coló en mí para regalarme una canción maravillosa, que ya es mi canción del momento y una de aquellas que con el paso de los años se hará -seguramente- más y más grande. Escribo esto con la sensación de estar siendo juez y parte en el nacimiento de algún propio y futuro recuerdo, como quien entierra una cápsula del tiempo en el rincón más querido de algún sueño que sueña con una canción, entre nubles blancas y un cielo azul...

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